Espejo interno

Recuerdo como si fuera hoy, mi madre y yo en la habitación, ella mirándose al espejo una y otra vez, su cara de alegría, de satisfacción, admirando como aquellos preciosos pantalones blancos de la talla 38 le quedaban como un guante.

Después de largos años de sufrimiento, de angustia, de dejadez, volvía a estar pletórica. Ella me miraba y su cara estaba iluminada, feliz, “¿te gusta como me quedan?”, “¿mira que cinturita me hacen?”. Se movía de un lado a otro frente al espejo, observando como la situación por la que estaba pasando, ponía en evidencia sus cambios corporales, ¡y le encantaba! Lo cierto es que estaba preciosa, rejuvenecida y aparentaba felicidad y éxito.

Por aquella época de mi vida, yo sufría sobre peso, y sentía mucha angustia y sufrimiento por mi imagen. A diferencia de mi madre yo llevaba una 44, y cada vez que me miraba al espejo, el reflejo me producía una gran insatisfacción. Así que observar a mi madre en aquella habitación, me produjo sentimientos muy angustiantes, sentí envidia, y dolor, una parte de mi estaba feliz por ella, verla brillar así. Por otro lado, yo anhelaba estar delgada, llevar una 38, y sentirme, así como ella se sentía. Segura, bella, feliz. Recuerdo que pensé, joder, ella es la madre, debería ser ella la gorda, y yo la hija, la delgada. Como en otras muchas cosas, los lugares de una y de otra estaban invertidos, pero ese no es el tema que ahora nos ocupa.

En aquel momento donde ocurrió esto, yo ya tenía una mirada interna, de cómo debería ser yo, mi cuerpo, proyectado hacia afuera. Como tenía que verme yo frente al espejo, y como debían verme los demás, para ser querida, reconocida y tener éxito en la vida. Y lo cierto que lo que yo veía no tenía nada que ver con lo que deseaba, con lo que había aprendido de lo que tenía que ser. De lo que se esperaba de mí. Estaba en guerra con mi cuerpo, conmigo.

El cuerpo que exponemos a la mirada de los otros está mediatizado por una mirada interna de la que a veces no tenemos consciencia. En muchas ocasiones no coincide lo que nos dicen de nosotras con lo que vemos.

Todas tenemos un espejo interno que proviene de cómo nos miraron nuestros padres o los adultos de los que dependimos, y de las fantasías que nos hicimos en función de los modelos femeninos de la época.

Este espejo puede cambiar la imagen que proyecta a medida que nosotras vayamos encontrando un equilibrio entre cómo somos y cómo queremos ser. Sólo conociéndonos y estimándose podremos llegar a tener con nosotras una intimidad que nos hará comprometernos con nuestros cambios vitales y corporales.

Entonces tendremos una imagen de nuestro cuerpo que no nos cree conflicto.

¿Quién soy yo más allá de lo que papá y mamá esperaban de mí? ¿Quién soy yo más allá de los modelos femeninos impuestos socialmente? ¿Quién soy yo más allá del reflejo de mi espejo?

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